No me gusta copiar artículos de otros, pero este es tan bueno y lo corroboro tanto que lo voy pegar aquí citando, como es menester, al autor y la fuente.
No son las manzanas, es el cesto
Hay muchos mimbres podridos en la democracia española. No es que los alemanes o los nórdicos no puedan ser pícaros, es que gozan de instituciones bien diseñadas que no dejan espacio a la posibilidad de picaresca
JORGE URDÁNOZ GANUZA 10 DIC 2014 - 00:00 CET
La palabra responsabilidad viene de responder. Y responderse hace siempre ante alguien o ante algo. Olvidemos la responsabilidad penal, que tiene sus propios mecanismos, y centrémonos en la política, que parece no existir en este país… ¿cuál es el problema?
Lo primero ante lo que un político puede y debe responder lo conforman sus principios. Un político ha de dimitir cuando se ve obligado a hacer algo que atenta contra su ideario o cuando descubre que lo ha hecho alguien de su confianza. El ejemplo más deslumbrante lo ofreció Manuel Pimentel en el año 2000, cuando dimitió de su cargo de ministro. Sus palabras nos suenan hoy a música de otro mundo: “Uno debe ser responsable de lo que hacen sus colaboradores”, afirmó. Hace poco, Gallardón hizo algo muy parecido: antepuso su coherencia a su puesto.
Este tipo de responsabilidad política, de corte moral, es la que sigue configurando el modelo sobre el que entendemos el ideal. Pero, con independencia de la innegable altura personal que evidencia, lo cierto es que la responsabilidad ante principios ni es la única ni quizás la más importante. A día de hoy, los representantes no son tanto los políticos, que pueden deberse a sus principios, como los partidos… cuya relación con algo tan específicamente personal como la moralidad no está tan clara. Por eso hoy en día la responsabilidad política no se sustancia tanto ante valores individuales como, sobre todo, ante instituciones públicas. No es tanto voluntaria como inducida. De la confianza en las personas hemos pasado a la confianza en las instituciones.
Este segundo ámbito ante el que responder, el institucional, configura la piedra de toque sobre la que se edifica la responsabilidad política en las democracias avanzadas, y es ahí donde anida nuestro problema. Tendemos a creer que los alemanes o los nórdicos son más honrados que nosotros por algún tipo de variable cultural o genética, pero es falso. No es que no sean pícaros, es que gozan de instituciones bien diseñadas que no dejan espacio a la posibilidad de picaresca. Conviene decirlo claro: el problema no son las manzanas, el problema es el cesto. Hay muchos mimbres podridos.
¿Ante qué instituciones responden políticamente los políticos? Primero, los cargos que gestionan dinero, los del Ejecutivo, responden ante el Legislativo, que no maneja presupuestos, pero controla a los que sí lo hacen. El Gobierno y sus ministros responden ante el Parlamento. Esto, ya lo sabemos, es papel mojado en España. Aquí no existe diferencia entre Ejecutivo y Legislativo, porque el sujeto que ocupa ambos poderes es el mismo: los partidos políticos. La abrumadora mayoría parlamentaria del PP no va a controlar al Gobierno de Mariano Rajoy. Todo lo contrario: es esa mayoría la que impide todo control al Gobierno, porque ambos —Gobierno y mayoría— son el mismo sujeto. Primer mimbre roto.
No hay diferencia entre Ejecutivo y Legislativo: ambos poderes los ocupan los partidos políticos
Sigamos. Si el nuestro es un Estado de partidos, ¿ante quién responden entonces tales entidades? Ante los electores y ante sus militantes, se dirá. Pero los electores, como es sabido, estamos desapoderados frente al bipartido. Aproximadamente el 60% de la ciudadanía vive en circunscripciones en las que hasta la fecha solo han sido posibles dos partidos. ¿Cómo responden esos dos partidos ante los electores? Como lo hacen las empresas de todo duopolio ante sus consumidores: mal. Con plasmas, ruedas de prensa sin preguntas y otras anonadantes faltas de respeto que en cualquier otra democracia serían impensables. Algo que pueden permitirse porque, sobre todo a la derecha, los electores sencillamente no tienen dónde huir. Quizás Podemos— y ojalá surgiera algo similar a la derecha— pueda romper esta malsana dinámica bipartidista, pero está por ver. En todo caso, segundo mimbre malogrado.
Nuestro sistema electoral inutiliza, además, otro mimbre institucional básico. La separación de poderes la idearon Montesquieu y Madison antes de que surgieran los modernos partidos electorales que, como hemos visto, han tornado del todo obsoleta la distinción entre Legislativo y Ejecutivo. Por eso muchas democracias consolidadas sustituyen ese mecanismo ya averiado con otro remedio: Gobiernos de coalición. En una coalición sigue sin haber diferencia entre ambos poderes, pero al menos los partidos de Gobierno se controlan entre sí. ¿Ustedes creen que, si el PP necesitara el apoyo de UPyD para gobernar, Rajoy hubiera sobrevivido a Bárcenas? Gobernaría Soraya, u otro cargo del PP, y nuestro Parlamento no se habría convertido en una enorme comisaría donde no se habla de política, sino de indicios.
Una mayoría absoluta es, en términos liberales, una pesadilla institucional: no hay nada, o muy poco, por encima. Y en España ocurren dos cosas graves. Por un lado, es el único país de la UE que jamás ha tenido un Gobierno de coalición. Por otro, nuestras mayorías absolutas nunca han sido tales, sino siempre una creación bastarda del sistema electoral. Rajoy obtuvo un 45% de los votos válidos. Eso no es una mayoría, eso es la minoría mayor. La mayoría la tuvo— y la tiene— la oposición, que logró un 55% de apoyo. Llamemos a las cosas por su nombre. La ley puede retorcer principios básicos, darles la vuelta y otorgar el poder a la minoría. Ese es su poder. Pero no permitamos que haga lo mismo con el lenguaje, porque las palabras son nuestra única arma para diferenciar lo real de lo ideal, lo legal de lo legítimo, lo que existe y lo posible. Y la democracia es un anhelo, nunca un hecho. Si logran manipular las palabras, ya no podremos creer.
Pero pasemos al mimbre de los militantes. Mientras en otras democracias los militantes controlan a sus cúpulas, aquí… bueno, ya saben. Lo del PP, sus dedazos y sus cuadernos azules es una cacicada demencial que ni se molestan en ocultar. Y en el PSOE no le van a la zaga. Por mucho que últimamente fomenten primarias, lo cierto es que siguen funcionando cupularmente, como demuestra la propuesta de modificar de nuevo la Constitución. El problema no es el qué, es el cómo. Las cosas se deciden arriba y se acatan abajo. La militancia ni está, ni se le espera. Otro mimbre ennegrecido.
Ortega echaba en falta un proyecto que vertebrara el país. Hoy hacen falta unos sencillos desagües
Las piezas institucionales que aquí venimos llamando mimbres pueden verse también, en otra metáfora, como desagües. Mecanismos que drenan los inevitables residuos que todo sistema genera. Si los políticos no tienen que responder políticamente ante nada, el sistema se va cegando. Cegando de corrupción y de impunidad, ambas políticas. Los ciudadanos que votaron al PP contemplan absortos cómo el Gobierno lo preside alguien cuyo partido ha pagado en negro obras y sueldos, cuya sede ha sido intervenida por la Guardia Civil y cuyo tesorero está en la cárcel. El responsable de todo eso era él, y él sigue ahí, representándoles… ¿de veras se merecen eso? Griñán, responsable político evidente de los ERE, sigue representando en el Senado a todos los votantes socialistas. ¿Pueden hacer algo para evitarlo, o están institucionalmente inermes? A raíz de un auto judicial relativo a una trama corrupta, Ana Mato dimite de ministra pero sigue de diputada. Ahora no representa al Gobierno, ahora representa a todos los españoles, incluidos usted y yo. Una persona que se lucra de dinero robado nos representa desde su escaño, y no podemos evitarlo.
Que esos tres cargos aleguen no saber nada constituye la mejor demostración de que algo falla entre nosotros: ¡precisamente por eso tienen que dimitir! Pero nada ni nadie exige cuentas. ¿Dónde está la responsabilidad política en este país?
En 1921 Ortega echaba en falta un proyecto que vertebrara el país. Casi 100 años después, lo perentorio es algo mucho más modesto: unos sencillos desagües. Mientras el nivel de detritus institucional empieza a subir hasta extremos nunca vistos y el hedor se hace irrespirable, seguimos escuchando a los paladines de la irresponsabilidad: “Son solo algunas manzanas podridas”, claman. No, es mucho más grave. No desaguan porque saben que ellos se irían por el sumidero, con la excrecencia. De la España invertebrada hemos pasado a la España indesaguada. No nos merecemos esto.
Jorge Urdánoz Ganuza es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra.
Fuente: Diario El País 9-12-2014 http://elpais.com/elpais/2014/12/09/opinion/1418147771_406990.html
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